viernes, 9 de diciembre de 2011
Mil Grullas~
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos
los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos.
Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra.
Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de
Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre
adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que
flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas
partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para
descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían
que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese
imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba
las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...
Pero Naome sabía que quería a ese muchachito delgado que más de una vez se
quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre –le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía
dos o tres galletitas para pasar el mediodía. –Te dejo mi vianda –y se iba a corretear con
sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera
vergüenza de devorar la ración.
Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus
largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con
ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó
puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces había esperado sus soleadas
mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que
empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio
inacabable. A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus
familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en
alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...
Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! –pensaron los dos al mismo
tiempo. Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus
padres, hacia la aldea de Miyashima.1 Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos,
dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
1 Miyashima: pequeña isla situada en las proximidades de la ciudad de Hiroshima
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla
con la misma dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra... –decía el
abuelo. -Todo acaba algún día...- comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz
debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los
suyos cuando recordaba a Naomi. ¿Y Naomi? El primero de agosto despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella
atravesándolo. Abandonó el tatami1se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió
la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella
le devolvió un suspiro. Tatami: estera que se coloca sobre los pisos, en las casas japonesas tradicionales
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.2
3Haikus o Haikai: breve poema de diecisiete sílabas, típico de la poesía japonesa
Lento se apaga El verano. Enciendo Lámpara y sonrisas. Pronto Florecerán los crisantemos. Espera, Corazón. Después achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de
laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era
tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de
convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas.
Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía
sujetar un deseo para que se compliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor
el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa
de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes.
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi3 de su kimono4 y recuerda a su amigo: -¿Qué estará
haciendo ahora? “Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¡Qué estará haciendo
Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por
primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzas bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro –Donguri Ko...”1 por
última vez. Donguri Koro...: verso de una popular canción infantil japonesa.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran
esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de
Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo,
ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi. ¡Y que aún
estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a
Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al
horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío
exterior o se pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana.De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas.
Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro... –susurró, no bien su amigo se paró, en silencio, al
lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...
Mil grullas... o Semba-Tsuru,2 como se dice en japonés.Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la
mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un
bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi –le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había
quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban
temporalmente alojados) entendieron aquella noche el por qué de la misteriosa
desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí. Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta
algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para
preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las
sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto.
Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las
mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había
recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero
novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil
grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía.
El muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en
grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo,
suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de
su furoshiki1 y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara.Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los
kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora –le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso
a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las
avecitas de papel. Con la misma aparente impasibilidad con que momentos antes le
había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos,
¿eh? Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de
luz y luego se subió.Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y
en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados,
firmemente sujetos con alfileres. Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba
observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-chan...1 Gracias ...
9 Toshi-chan: diminutivo de Toshiro
-Hay un millar. Son tuyas, Namoi. Tuyas –y el muchacho abandonó la sala sin
darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas
empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar,
al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de
los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su
sangre? Febrero de 1976. Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene
tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres. Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a
preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes
telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran
algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie
consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de
calcular.
Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados
restaurantes...
Grullas y más grullas.
Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella
superstición japonesa.
-Algún día completará las mil... –cuchichean entre risas-. ¿Se animará entonces a
colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la
perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.
Blue~
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u.u me dio pena que le pasara eso al pobre de toshiro es como un amor no correspondido pero aun así el quiere y sigue aferrado a su hermoso pasado que pena y alegría me da a la vez u.u en fin las cosas pasan por algo y ese algo es xk aun no se debe cumplir
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